Y de repente un frenazo

Dicen que un maestro podría escribir un libro con las historias que le ocurren en su día a día.
Llevaba tiempo queriendo empezar con esa historia, pero el hecho de que una pandemia haya sacudido el mundo ha hecho que cambie los planes y empiece escribiendo mis historias a través de cartas que quiero escribir a mis alumnos.
Ahora no son mis alumnos quienes hacen que pueda escribir historias, sino soy yo quien las escribe para ellos.
***
Hace mucho tiempo que quiero escribirte. Escribirte y expresar mis sentimientos. Sentimientos opuestos que me hacen pensar y valorar aún más todo aquello que ahora no puedo tocar ni sentir.
Pienso en lo que tiene que sentir un preso encerrado por años en apenas cuatro paredes o atrapado en distancias repetitivas.
Mi aliento se detiene ahora en mis cuatro paredes. Sin dejarme escapar. El tiempo parece detenerse. No obstante, soy afortunado. Muy afortunado. Vivo con mi mujer y mis dos hijos. La nueva rutina se debe apoderar de nosotros para hacer de esta situación un mundo interior más tranquilo.

La primera vez que oí la existencia de un nuevo virus fue en las navidades del 2019 a 2020. Lo veíamos todo tan lejano que ninguno de nosotros se imaginaba que apenas dos meses después su extensión sería tal que paralizaría la vida del mundo entero.
Dicen que este nuevo virus no mata a tanta gente como lo hacen otras enfermedades. Sin embargo, una de las características es que se propaga muy rápido.
Pero no quiero detenerme o profundizar mucho en el virus en sí, sino más bien en la situación que estamos viviendo millones de personas a través de un "aislamiento" en casa.
Nuestra vida ha cambiado y supongo que cambiará para bien o para mal en el futuro. O tal vez, el tiempo pueda curar todo esto y hacer que se quede en un mal recuerdo. No lo sé. Aún es pronto para saberlo.
Lo importante es saber dónde estamos ahora y cómo podemos utilizar esta situación en forma de un nuevo aprendizaje.
Un aprendizaje que lo primero que me está enseñando es algo que siempre he intentado llevar y muchas veces he olvidado. Esto es, lo afortunado que soy y de lo afortunado que eramos de llevar una vida "rutinaria". De salir a la calle, de andar, de ir a comprar o simplemente de jugar en el parque y charlar con los amigos.
Acciones diarias que no nos damos cuenta y que ahora echamos de menos como el mayor de los tesoros.

Apenas hace unos meses estaba quejándome de ser un "taxista con corazón" con mis hijos. Mis palabras sonaban con cierto egoísmo. De no tener ni un segundo para mi mismo por tener que ir de aquí para allá, llevando a mis hijos sin parar de una actividad a otra. Como miles de padres y madres.
Y de repente, un frenazo.
De estar sudando con la bici, llevándoles de un sitio a otro a estar parado en casa. Qué afortunado era. Qué afortunado sigo siendo. Y como echo todo lo anterior de menos.

Recuerdo cuando mi hija Paula cayó gravemente enferma por una enfermedad autoinmune. Me "juré" a mi mismo no volver a quejarme por nada. De ver que en la sencillez está todo y que somos realmente motas de polvo en el universo y que nuestro ombligo no es más que el recuerdo de nuestro nacimiento y nuestra llegada a este mundo.
Cuando mi hija se recuperó, al cabo de unos meses, la burbuja de la sociedad me volvió a atrapar y me olvidé de aquellos duros momentos con mi hija postrada en la cama del hospital. Volví a caminar por el mismo camino de la sociedad. Quejarme de lo insignificante.

Me ha vuelto la vida a enseñar de lo afortunado que soy cada día y de cómo debería dar las gracias desde el momento que me levanto. Soy consciente de esa realidad y sé que muchas veces la propia burbuja de la sociedad no me hace darme cuenta de ello.

Tal vez debería escuchar mucho más a mi mujer, Paloma. Ella ve la muerte de forma diaria. Es médico. Primero estuvo en España trabajando como médico de urgencias durante siete años. La dureza y el riesgo continuo de aquel trabajo hizo que pensara mejor su futuro. Se hizo radiólogo y años después se vino conmigo a Londres. Ahora trabaja como radiólogo y sus experiencias en el ámbito sanitario no dejan de asombrarme. Ella muchas veces me recuerda lo afortunados que somos.

Tal vez trabajar como médico te hace ver la vida de otra forma. Recuerdo en uno de nuestros paseos, cuando vimos a una persona tendida en el suelo por un ataque al corazón. A pesar de aplicarle las técnicas de resucitación pulmorar, Paloma no pudo salvarle.  Lo cierto es que no he olvidado aquella imagen. De la palidez de aquella persona, inconsciente y alejada ya de este mundo y los esfuerzos en vano de mi mujer por intentar acercarle de nuevo a este mundo.

Por eso, ahora, cuando pasan las horas en casa quiero ser positivo y pensar todo lo bueno que tenemos a nuestro alrededor. El simple momento de montar en bicicleta, de ir a la escuela, de estar con mis alumnos, de leer con ellos, de enseñarles y después, por las tardes y fines de semana estar con mis hijos y con mi mujer.

El aislamiento me está recordando como la vida nos sigue enseñando a ser humildes, a seguir trabajando y a hacer que el dicho que ahora se oye con más fuerza que nunca ("Todo saldrá bien"), se cumpla realmente.
Soy consciente de que esto no es cuestión de semanas, sino de meses. De cuántos meses, aún es pronto para saberlo, pero sean los meses que sean, lo que tenemos delante de nosotros es una nueva oportunidad de aprender más sobre nosotros mismos. Y de ese aprendizaje quiero seguir escribiendote.
Hasta pronto.

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